Hoy falleció José Saramago, escritor portugués, quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 1998, por su inconfundible estilo en concatenación de ideas, sentimientos, relatos y vivencias. Leí su obra “El ensayo sobre la ceguera”, me fascinó. Al omitir los signos de puntuación da la impresión que sus palabras fluyen como el agua, no existe la necesidad de la pausa, detener la vida, que ella sólo pase como tenga que pasar.
Este libro arroga un sinnúmero de reflexiones, se convierte en un detenimiento obligado para que los personajes exterioricen sus pasiones más profundas que han sido aplastadas por los códigos sociales. Saramago nos alerta: mirar al ser en su estado más profundo, no con la pomposidad o la fachada, que a la final esta sólo se transforma.
El zapatero portugués comenzó a escribir con fuerzas a sus 63 años de edad, para muchos una época tardía para hacer arte; ¿acaso su éxito como novelista, ensayista y periodista no demuestra todo lo contrario?.
Como en el amor, en el arte no hay edad. Lo que cuenta es dar todo el corazón en lo que se hace, y cuando esa entrega es pura, el espectador, lector o amante, a ese sentimiento y apreciación lo hace eterno. Tus obras Saramago, hoy y siempre serán eternas.
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