Hay seres tan pequeños en este mundo que, a veces, pasan desapercibidos a nuestra mirada. Otros se camuflan pero siempre hay algo que los delata. En esta noche, recuerdo uno de ellos: el colibrí, exacto, aquella ave de plumaje brillante y llamativo, de pico largo y vuelo alto.
Solía andar besando flores de diferentes colores, tamaños y formas, pero su traslado no solo le agotaba sino que se sentía vacío, inconstante e incluso llegó a creer que nunca encontraría un lugar, su lugar.
Una tarde, después de haber viajado, el pequeño colibrí quiso descansar sus alas y halló un árbol muy especial, donde se sintió reconfortado desde la primera vez que lo vio. Sin dudarlo, comenzó a conocer poco a poco cada parte del nuevo foreste; descubrió que no solo podría ser su sitio de protección, sino, su encanto por cada flor que tenía, una más hermsoa que otra; sabía que ese era su lugar.
Por su parte, el frondoso árbol se contagiaba de la alegría que el colibrí le daba cada vez que lo iba a visitar. El árbol es un ser noble y la colorida ave supo de ello.
La primera vez que ambos se besaron todo el bosque se iluminó, el rocío del jardín era más bello, el sol más caluroso y el viento más fresco. Era magia pura, quién dijo que era imposible que floreciera en primavera?, eso y mucho más puede hacer el amor de ambos seres.
Hay seres tan pequeños en este mundo que, a veces, pasan desapercibidos a nuestra mirada, pero juntos su magia es tan grande que hasta un ciego la puede observar.
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